Friday, January 24, 2014

LA REALIDAD



Un hombre viajaba en el tren hace muchos años, en un vagón de primera clase. Le pareció que quien estaba sentado cerca de él era Pablo Picasso.

Cuando logró vencer su timidez y la resistencia que le impedía hablar con tan celebrado personaje, el hombre saluda a Picasso y le dice que le admira mucho; que cree que es un dibujante genial.

Le dice también que por qué, siendo como es un maestro, se empeña en pintar unas imágenes distorsionadas, retorcidas, sin parecido con la realidad. Le parece, en suma, un desperdicio de talento.

Picasso se queda mirando al hombre y le pregunta qué cree él que es la realidad. El hombre piensa un poco y saca de su cartera una fotografía, que enseña al pintor. "Mire. A esto me refiero. Esto es la realidad: es mi mujer"- dice seguro de sí mismo.

El pintor mira la fotografía y dice al hombre que, si eso es la realidad, su mujer es muy pequeña. Y es plana, además.

Como el hombre vamos casi siempre por la vida. Dando por hecho que nuestra percepción de las cosas es la realidad misma, aferrándonos a eso y, además, queriendo mostrar al resto de personas que nuestra idea es la correcta.

Para despertar de esa ilusión limitadora, entre otras muchas cosas, está el arte.

Y la locura, pero de esto último hablaremos otro día.

Friday, January 10, 2014

UNA CARTA





Querido Antonio,

Ya hace unos meses que te fuiste. Nosotros aquí abajo acabamos de pasar las fiestas de navidad. El comienzo del nuevo año hace que uno recapitule lo que pueda, que no es mucho, no sé si por deseo expreso de no mirar atrás o más bien por incapacidad de hacerlo.

En ese proceso me he preguntado mucho (dada esa querencia que tenemos los humanos a darle sentido a todo) sobre cierta actitud típicamente tuya. La detecté al poco tiempo de conocerte, evento que ocurrió (no sé si te acordarás; yo sí) en un ascensor parado en un cuarto piso, cuando llevabas al pequeño Nico a la guardería y yo, recién llegado a la vecindad, todavía me planteaba dónde llevar a Álvaro. Se abrió la puerta del ascensor y ahí se sembraron dos semillas: La primera, la de la amistad de quienes entonces eran dos bebés (relación que continúa firme ahora que ya son dos hombrecitos) y la de quienes eran ya dos hombrecitos (con la mente simple de dos niños, he de decir), que no continúa en persona porque el destino decidió llevarte.

Desde ese momento pasó muy poco hasta que me franquearas la entrada a tu casa y me abrieras la puerta de tu nevera. Esta segunda apertura le sonará, a cualquiera que tenga cierta edad y cierto sentido de la vida, mucho más trascendental que la primera. A muchos se les abre la puerta de casa, e incluso se les deja pasar adentro. Pero abrirle la nevera a alguien, amigo, ahí sí hay una auténtica declaración de intenciones. De la velocidad de salida de cervezas de esa nevera abierta hablaré en otro momento: ahora me centro en la actitud de la que hablaba al principio. Ahí vamos:

Te bebías la cerveza como te bebías la vida. A grandes sorbos, riendo, empujando, inventando cosas, diciendo tonterías y provocando que quien estuviera contigo se riera y las dijera también. Álvaro y Nico con treinta y tantos, padres con la alegría de niños. Siempre una risa, siempre un guiño. Y así todo. A la hora de acabar la celebración, siempre el último, siempre pidiendo un poco más, rogando con la sonrisa en la boca un ratito más de gozo, pidiendo seguir compartiendo el momento otro cuarto de hora. Así en Madrid, en Asturias, en la montaña (“¿cómo nos vamos a ir tan temprano, con lo bien que lo estamos pasando?”). En la piscina era siempre un “ya sé que es de noche y que el agua está ya fría, pero ¡quedémonos un rato más¡”. En las salidas nocturnas, siempre más, siempre un poco más. En las conversaciones trascendentales siempre una pregunta más, otra  idea arrancada a la noche, al calor de un último gintonic, una duda sobre el futuro…

Mucho antes de que todo se fuera al traste, en el proverbial repaso de los presentes a los amigos que estaban aún por llegar al lugar de reunión, se sacaba siempre el tema de tu incapacidad para el agotamiento, incapacidad que, todo hay que decirlo, a veces salía de la capacidad de agotar al resto. Lo que se llama un alto nivel de exigencia a la vida, a los amigos, a la felicidad, al tiempo. Esa era la actitud a la que me refería antes, la de arrancarle a la vida las alegrías y el tiempo para recordar. Un interés permanente por hacer acopio de buenas experiencias, de acumular alegría y momentos perdurables. Como si no hubiera un mañana, como si el mundo se fuese a acabar enseguida.

Y se acabó pronto, es verdad.

La querencia a darle sentido a todo (ilusión vana) me hace pensar que tu tiempo estaba fijado ya de alguna manera incomprensible para nosotros. Y, por algún mecanismo aún más incomprensible, tú lo sabías. Por eso te poseía el impulso de vivir, el empuje de no parar de generar y acumular buenos momentos con avidez. Como el niño que ve que se acerca la hora de poner fin a su fiesta de cumpleaños y devora la tarta más rápido, ofreciendo más a sus pequeños invitados.

Y, entre esos invitados, alguno se sorprendía ante tanta energía y tanto interés por agotar ese ratito (al menos quien ahora escribe esto). Mañana seguimos, mañana podemos seguir, podemos reír mañana…

Es mentira: mañana igual estamos muertos, o enfermos, o hemos cambiado tanto que no somos capaces de generar felicidad ni de sentirla. Hoy hay que decir a quienes queremos que les queremos. Hoy hay que abrazar a los amigos que nos quieren. Hoy hay que llamarles: no luego, ahora. Hoy hay que sentar a los niños delante nuestra y mirarles seriamente a los ojos para decirles que los queremos, uno por uno y hablando despacito, que se enteren bien, porque mañana a lo mejor esos niños ya no quieren oírlo. Mañana a lo mejor los amigos lo son menos, porque la vida es así, y cada uno lleva una existencia compleja en su mundo particular.
 
Quiero pensar, para evitar una tristeza infinita, que la cosa es aproximadamente así, que viviste con intensidad porque el tiempo estaba tasado, y era escaso. Y quiero pensar también que la intensidad sea contagiosa, y que la alegría de vivir el tiempo que nos quede se pueda enseñar y se pueda aprender. También quiero esperar que tu marcha, por lo menos, nos sirva a todos como referencia del tiempo, como recordatorio de que no somos nada si no vivimos y hacemos vivir, y como espejo donde mirarnos cuando tengamos momentos tristes, tediosos, en los que nos parezca que nada tiene sentido.

Epicuro decía: “¿Por qué ocuparme de la muerte? Cuando yo estoy, ella no está. Cuando ella está, yo no estoy”. Un tipo listo, sin duda.

Tú fuiste siempre del equipo de Epicuro. Sabías que la forma de morir bien es haber vivido bien, y te encargaste de preparar bien el equipaje.  Tú ya no estás, pero no hay manera de que nos quitemos de encima la imagen de tu sonrisa.

Te mando un abrazo donde quiera que estés, amigo mío.