Monday, May 25, 2009

DOS PENSAMIENTOS SOBRE LA MUERTE

El primero es una historia que se contaba de Alejandro Magno, el Grande, el más poderoso de los hombres de su tiempo. Sintiendo cercana su muerte, Alejandro pidió a sus sirvientes y allegados que cuando llevaran su cuerpo sin vida por la ciudad, se ocuparan de que sus manos colgasen libremente a ambos lados del lecho preparado a tal fin.

<<Gran Señor>> - le dijeron- <<La tradición y el decoro mandan que los brazos vayan sobre el pecho del difunto, para así transmitir la idea del sueño, la serenidad y la placidez. El pueblo que lo vea quedará con la imagen de su Señor en actitud de merecido y profundo descanso, pudiendo venerar de este modo la figura del Gran Hombre>>.

<<Sea como os he dicho y no como me decís>> - insistió Alejandro el Grande-. <<Quiero que el pueblo vea que yo, Alejandro, el Magno, con todo mi poder y toda mi gloria, con toda la extensión de mis conquistas, la admiración de mi gente y el temor de mis enemigos, no puedo llevarme nada al otro mundo>> - añadió.

<<Que uno se va de la tierra como vino, y ni el peso de una pluma puede arrastrar consigo, y mucho menos el de la riqueza o la alabanza. Éso es lo que debe quedar en la memoria del pueblo>> concluyó el Gran Hombre.

El segundo pensamiento parte de la historia que cuenta Jodorowsky sobre un maestro zen al que un muy místico discípulo le preguntaba de manera afectada:

<<Maestro ¿qué hay despues de la muerte?>>

A tal pregunta contestó el anciano: <<No lo sé. Todavía no me he muerto>>.

Ambos relatos destilan el mismo aroma de realidad, y nos sacan de un tirón de cualquier delirio de grandeza y de los comunes devaneos con la intelectualización del hecho de la muerte y su reflejo trascendente y de inmediatez. No por ello, sin embargo, se pierde el efecto de parada del mundo que tienen ambas historias, en tanto que nos bajan de la nube y nos colocan en la tierra desde la cual, extrañamente, podemos mirar con más serenidad la odisea de la muerte.

El conquistador quiere, con la casi ridícula exhibición del balanceo de sus manos vacías, decirle al pueblo que la muerte, cuando nos lleva, nos comunica mucho sobre la vida: <<Nada nos llevamos al otro mundo>>. El maestro zen,por su parte, traslada a su alumno que hay un aquí y un ahora, y que la percepción y plena conciencia de ese extremo es lo único que, paradójicamente, le pondrá en contacto con la trascendencia.

Como dijo Paul Eluard, <<Hay otros mundos, pero están en este>>.

Pues eso.

Friday, May 08, 2009

GÁNDARA Y CONFUCIO

Mi admirado Alejandro Gándara escribió un críptico (igual él cree que no, pero lo era) post en su blog "elescorpion" el 4 de mayo de 2009, que decía así:

"Cuando se hallaba en el Estado de Wei, Confucio fue testigo casual del comportamiento de un hijo en el cortejo fúnebre de su padre.

Confucio dijo: ¡Qué admirablemente ha dirigido este hombre los ritos fúnebres! Adoptémoslo como criterio para todos nosotros.

Zigong le preguntó: ¿Qué has visto de bueno en su comportamiento?

Confucio respondió: Cuando marchaba tras el ataúd de su padre hacia el lugar de la sepultura, parecía lleno de añoranza, pero sin permitirse perder el control. Al volver del entierro daba la impresión de encontrarse lleno de dudas, pues no podía saber si el espíritu de su padre estaba en paz.

Annping Chin en 'El auténtico Confucio' (Península), un libro del que les hablaré más, cuenta esta anécdota y añade:

"Sólo un hijo con sentimientos auténticamente filiales se preocuparía por su padre nada más enterrarlo. ¿Podrá el padre acostumbrarse a estar muerto? ¿Se halla inquieto bajo tierra? ¿Ronda aún su espíritu por el mundo terrenal? Lo que preocupa al hijo no son los problemas que el espíritu puede causar entre los vivos, sino si el difunto se hallará a disgusto en sus nuevas circunstancias
".

Alejandro Gándara se cuestionó sobre las ideas que a sus lectores sugeriría su post, y nos dijo educadamente a todos, tratándonos de "Vds":

"A ver qué se les ocurre sobre nuestros muertos, a ésos a los que despedimos incluso en vida".

Y a mí se me ocurrió lo que sigue, qué le vamos a hacer:

"Transferimos a los muertos nuestras inquietudes y temores sobre el fin de la existencia.

Confucio (señor sabio, sin duda, pero no tanto como su mito) encontró motivo de admiración en el comportamiento del hijo de un recién fallecido respecto a su padre. Quizás no estuviera cómodo, quizás no se acostumbrara el finado a su nuevo status...

Al hijo lo acribillaban seguramente contradictorios sentimientos de pena, culpa, esperanza, desazón. La vida sigue su ciclo, lo viejo se va y queda lo nuevo; murió hoy mi padre y nació sin duda cerca de aquí un hermoso niño. Me he quedado solo ¿dónde está ahora mi padre?...

Toda esa batalla interna la intenta sistematizar y hacer intelectual el señor Confucio, y le sigue la señora Annping: puras teorías. El hijo no llora por razones que no podemos saber, y su rostro puede estar ocultando sentimientos mucho más bajos al mudar en dubitativo, como el cálculo de las rentas que recibirá del patrimoni paterno o similares cuestiones.

Sólo el que la lleva (la pena) la entiende. Confucio sería muy buen observador, pero su padre no estaba en la caja ese día
".

Arre.

Sunday, May 03, 2009

Neil Gaiman

No he sido nunca lector de obras de ciencia ficción. Tampoco me ha interesado especialmente el género de las novelas de terror ni el de los relatos oscuros del tipo H.P. Lovecraft.

He tenido siempre la idea de que se trataba de géneros menores, de que poco podría interesarme de ellos más allá de pasar un rato y olvidar el texto casi enseguida. Lectura de consumo (de consumo de tiempo, vamos).

Un día leo en EL CULTURAL de el periódico EL MUNDO una reseña sobre un título de relatos. El crítico identifica al autor como una estrella consagrada en la literatura fantástica, cosa que me extrañó bastante, dado que el citado crítico suele pronunciarse casi exclusivamente sobre novela, y nunca de tipo fantástico o mágico.

Un buen libro de relatos de un buen autor inglés, estrella superventas en Estados Unidos y perfectísimo desconocido en España. ¿Por qué lo publica aquí entonces una editorial de renombre? ¿Por qué la reseña en EL MUNDO?¿Por qué la ferviente recomendación del crítico?

Demasiadas preguntas para un comprador compulsivo de libros como yo, y más cuando las loas y los piropos al arte del autor vienen de uno de los críticos en los que confío desde hace muchos años (ni una sola vez he pensado "pues sí que has acertado con la crítica, hombre de dios¨; ni una sola en muchos años).

¿Lo siguiente? Imagínenlo. Me faltó tiempo para ir a comprar el mamotreto que bajo el título "Objetos frágiles" construyó el inglés Neil Gaiman.

Magia, imaginación desbordante y sobre todo (sí, sí, sobre TODO) una extrañísima cercanía inmediata, casi diría intimidad, con el autor y con cada una de las historias que construye. Hacía muchos años que no entablaba una relación personal de tal calado con un escritor a través de su obra. Si encima resulta que el autor lo es de un género que nunca me ha atraído, la cercanía resulta aun más llamativa.

Todos los cuentos de "Objetos frágiles" tienen una escritura directa y llana, pero poderosa. Poéticamente poderosa a veces, con metáforas extrañamente ocurrentes, que revelan una capacidad de síntesis y de observación absolutamente fuera de lo común. Algunas de ellas lograron hacerme sonreír con admiración de tan acertadas que eran, y en varias ocasiones, la sonrisa tenía que ver con la certeza absoluta (....¿certeza?) de que el autor conocía de primera mano aquéllo de lo que escribía.

Claro que, de inmediato, me asaltaba la perplejidad al caer en la cuenta de que yo mismo estaba atribuyendo al autor un conocimiento de primera mano, personal y directo sobre temas como la licantropía, ciertas monstruosas criaturas marinas que de cuando en cuando salen a devorar a los humanos, dioses que viven entre los hombres y que cogen sus mismos autobuses...

¿Una obra afortunada? No; una no. La sensación de complicidad con Neil Gaiman y la sospecha (absurda y contraria a la lógica más elemental) de que más que un autor con inventiva se trata de alguien que efectivamente ha conocido a hombres lobo y ha bebido vino con dioses africanos en el centro de Londres abonaron mi impulso de conocer más, de ahondar un poco en las letras de alguien capaz de despertar esas sensaciones en mí.

Una ligera búsqueda en la red me llevó a "American Gods", que compré a la primera de cambio, obra en la que constaté con tanta alegría como admiración, que Gaiman no sólo puede escribir cuentos formidables, sino que es capaz de montar una trama grandiosa y desarrollar caracteres tan creíbles como increíbles (lo primero, por la coherencia y el desarrollo de la historia de cada personaje; lo segundo porque esos personajes abarcan desde un medio dios hasta una zombie que no sabe que está muerta, mirando de lado a un dios árabe al que su inmortalidad y los tiempos que corren obligan a trabajar como taxista en Nueva York).

Un genio con todas las letras. Un literato de primera, un inventor de historias dotado con la mayor de las facilidades para envolverte en un mundo mágico sin que te des cuenta, mundo del que sólo puedes escapar cuando Gaiman decide que el relato ha terminado... o no... porque insisto en que mucho después de acabar la lectura queda la desasosegante sensación de que, salvo que lo haya vivido en primera persona, nadie es capaz de inventar ni describir historias como las que cuenta.